El 10 de Abril de 1912, hace exactamente 100 años, el transatlántico británico
Titanic iniciaba su viaje desde Southampton en Inglaterra con rumbo a Nueva York.
Diez españoles, con historias muy distintas, tenían un billete. Se iban de viaje en el mayor y más lujoso barco de su tiempo.
Aunque nunca se olvidarían de la noche del 15 de Abril en la que el buque chocó con un iceberg, algunos vivieron para contarlo. Otros no tuvieron tanta suerte.
Víctor Peñasco Castellana y
María Josefa Pérez de Soto se habían casado en Madrid en 1910. Con mucho dinero, viajan en una prolongada luna de miel por las capitales europeas. En 1912, sólo tienen 24 y 22 años respectivamente.
En París, mientras cenan en el todavía hoy abierto y lujoso Restaurante Maxim’s ven una publicidad del Titanic. Deciden embarcar y llevarse con ellos a su doncella,
Fermina Oliva Ocaña, una madrileña de 39 años. Compran los pasajes de primera clase en la agencia que la White Star tiene abierta enfrente de la Opera de París. Los tres billetes les cuestan £108 y 18 chelines, una pequeña fortuna para la época.
Víctor, que sabe que su madre se preocupará si les sabe en mar, le pide a un mayordomo que se queda en París, que le vaya enviando desde allí postales que él le deja escritas. El 10 de Abril, los tres salen de París hacia Cherbourg, el puerto francés en el que el Titanic hace escala y desde donde se pondrán rumbo a Nueva York.
La pareja se aloja en un fantástico camarote, el C-65, con vistas al mar y sólo tres niveles por debajo de la cubierta superior. Fermina está muy cerca, en el camarote C-109, en una zona ocupada por personal doméstico.
La noche fatídica, mientras Fermina está cosiendo, nota una vibración extraña y la parada de motores. Se acerca al camarote del joven matrimonio y Víctor, a pesar de que el personal del barco intenta tranquilizarlos, decide subir a cubierta. Pronto se da cuenta de la gravedad de la situación y avisa a las mujeres. La señal de alarma empieza ahora a darse y los pasajeros se agolpan hacia la cubierta. Las mujeres, junto a Víctor, tienen la fortuna de acabar frente al bote 8. Pero Josefa ha olvidado sus joyas y Víctor decide ir a buscarlas. Víctor vuelve antes de que el bote salvavidas parta pero el oficial que organiza la evacuación del bote da la orden de dejar partir sólo a mujeres y niños. Josefa no quiere separarse de su esposo pero él la arroja al bote, a los brazos de una pasajera italiana, la Condesa de Rothes. Víctor pide a la condesa que cuide de su joven esposa. Sus últimas palabras, dirigidas esta vez a Josefa y quizás ya presagiando lo peor, son “Pepita, que seas muy feliz”. El mismísimo Capitán Smith pregunta entonces si hay más mujeres. No parece haber respuesta. El bote, medio vacío, empieza a descender. Josefa, que dada la rapidez de toda la operación, no ha podido entrar en el bote, se pone a gritar y es arrojada a él desde más de un metro de altura. Será su salvación.
La Condesa de Rothes intenta calmar a la desesperada Josefa. Después, contempla la cubierta y ve a Víctor Peñasco ponerse de rodillas sobre la cubierta, en actitud de oración.
El Carpathia, el buque que se encontraba en la zona y que vino al rescate, recogerá a los ocupantes del bote 8 a aproximadamente las 7:30 de la mañana. Josefa y Fermina llegarán sanas y salvas a Nueva York el 18 de Abril de 1912, sólo un día más tarde de lo previsto inicialmente.
El pobre Víctor fallece en el hundimiento del Titanic. Su cuerpo, si alguna vez apareció, no fue identificado.
Que el cuerpo de Víctor no apareciera trajo a Josefa graves problemas pues no se la considera legalmente como viuda. De hecho, no pudo heredar hasta que el Vicecónsul en Canadá tuvo a bien facilitarle un certificado falso. Pasado el tiempo, se casará de nuevo y muere 60 años más tarde, el 3 de Abril de 1972.
Fermina, por su parte, nunca se casó y falleció anciana, en 1969.
También en primera clase, viajaba un hombre de mi “tierrina”.
Servando José Florentino Ovies Rodríguez era un asturiano, concretamente de Avilés. Tenía 36 años y trabajaba, como tantos asturianos hicieron, en La Habana. El negocio familiar, Rodríguez & Co, una empresa de importación textil, le hace trasladarse constantemente a Europa en busca de contratos con proveedores. Dada su posición y sus frecuentes desplazamientos, Servando procura viajar en buenos barcos y lleva consigo importantes cantidades de dinero en efectivo.
Servando embarca en Chesbourg y ocupa el camarote D-43. Había pagado £27 y 14 chelines por su billete.
Servando pierde su vida en el hundimiento. Su cuerpo será recuperado posteriormente por el MacKay-Bennett, el primer barco que se envió a recoger cadáveres. Servando llevaba puesto un abrigo, una chaqueta negra, unos pantalones azules y una camisa gris con las iniciales JR.
Su cuerpo se entierra en el Cementerio de Fairview en Halifax. Se le exhuma y es identificado por J A Rodríguez de Rodríguez & Co, su propio primo. Los restos de Servando se trasladarán entonces al Cementerio Católico de Mount Olivet en Halifax el 15 de Mayo de 1912. Allí yace junto a otros fallecidos en la tragedia. Aun así, todavía existen dudas sobre si realmente se trata de él.
Servando muere dejando en tierra a su mujer, Eva López, embarazada de su primer hijo, Ramón. Eva pondrá posteriormente una demanda de $75 000 por la muerte de su marido y $2 800 por las pérdidas materiales.
Cementerio Católico de Mount Olivet en el que el asturiano Servando Ovies se encuentra enterrado
Oriundos de Cataluña, otros cuatro españoles.
Julián Padró Manent, un barcelonés hasta entonces hostelero, después chófer, de 26 años y su amigo
Emilio Pallás Castelló, de 29 años y natural de Lérida, cogieron el barco desde Chesbourg procedentes de Barcelona.
Tras realizar escala en Nueva York, irían rumbo hacia La Habana, seguramente con idea de “hacer las Américas”
Viajaban junto a dos hermanas de Lérida.
Florentina Durán, prometida, luego esposa de Julián, tenía 30 años. Su hermana,
Asunción Durán, tenía 27 años.
Cada uno de ellos había pagado más de £13 por su pasaje de segunda clase.
Julián y Emilio son despertados por fuertes golpes en la puerta. Se trata de un compañero de ajedrez argentino que les alerta del peligro. Fuera, es la guerra para alcanzar los botes salvavidas. El personal de a bordo hace retroceder a los hombres con hachas y revólveres. Sólo dejan pasar a las mujeres y a los niños. A pesar de todo, Julián logra llegar al bote 9. Emilio es detenido por un marinero pero finalmente alcanza una barandilla y se deja caer en el bote. En la caída, se hace daño en una pierna, lo que le dejará algo cojo.
Las hermanas, por su parte, logran meterse en el bote 12, uno de los últimos en alejarse del Titanic.
Las imágenes que nuestros cuatro protagonistas presenciaron fueron desgarradoras y les marcarán de por vida.
El Carpathia recoge el bote 9 a aproximadamente las 6:30 de la mañana y el bote 12, casi dos horas más tarde. El buque traslada a los cuatro a Nueva York. En el muelle de la ciudad norteamericana se alineaban curiosos, ambulancias, servicios médicos y las familias de los supervivientes y desaparecidos.
Desde Nueva York, la compañía naviera Ward Line les regala pasajes de primera clase a borde del buque SS Monterey y es así come llegan a su destino final, La Habana.
El matrimonio de Julián y Florentina se establece para siempre en La Habana. No tuvieron hijos. Ella murió en 1959 y él, en 1968. Están enterrados en el Cementerio de Cristobal Colón de la capital cubana.
Se cree que Asunción también vivió en la isla durante toda su vida.
Es lógico que tras tal trago, no decidan volver a coger nunca más un barco para irse a España.
Pero parece que Emilio sí volvió a Lérida. Se casó allí y fue propietario de una panadería. Emilio murió en 1940.
Supervivientes de la tragedia del Titanic en Nueva York (de izquierda a derecha): John William Thompson, Thomas Whiteley, William McIntyre y el español Emilio Pallás Castelló
Encarnación Reynaldo era una mujer originaria de Marbella. Se había casado y había tenido 3 hijos, de los que uno había muerto a temprana edad. Muy joven, se queda viuda.
En 1911, un matrimonio gibraltareño la contrata como sirvienta y Encarnación se traslada con ellos a Londres.
En 1912, con 38 años, Encarnación decide ir a ver a su hermana a Nueva York, quizás para establecerse allá.
Para realizar el viaje, compra un billete de segunda clase, por el que abona unas £13. Parte desde Southampton.
Parece que sus conocimientos de inglés pudieron ayudarla a la hora de coger de un bote salvavidas. La mujer termina en el bote 9, el mismo en el que también se salvan Julián y Emilio.
Encarnación llega a Nueva York en el Carpathia el 18 de Abril de 1912.
Se cree que la mujer murió en Florida en la década de los ’40 o ’50.
Nacido en España, en 1912,
Juan Monros era un chico de 20 años, hijo de unos emigrantes catalanes residentes en París.
Andaba por Londres y, gracias a un amigo y a sus conocimientos de inglés y francés, consigue empleo en el magnífico restaurante a la carta del Titanic. Apenas tenía experiencia y era la primera vez que embarcaba.
El día antes de su partida desde Southampton le manda una postal a su madre pidiéndole que le escriba a Nueva York y que él, por su parte, les dará noticias al llegar.
Juan murió en el Titanic. Su cuerpo fue encontrado por el MacKay-Bennett. Juan estaba vestido con una chamarra de marinero, un abrigo de franela, pantalones negros, chaleco, camiseta de tirantes y botas con botones negros. En sus bolsillos hallaron un
ticket de una casa de empeño, unos guantes, unas monedas, algunos papeles y una postal.
Su cuerpo fue devuelto al mar. Parece ser que aquellos cuerpos en malas condiciones o descompuestos no se llevaban a tierra. Además, el Mackay-Bennett encontró tantos cuerpos que se quedó sin material para embalsamar y la legislación exigía que los cuerpos llevados a la orilla debían estar debidamente embalsamados. Sin sorpresas, dada las distinciones de clase que se hacían en la época, los primeros cadáveres que se devolvieron al mar fueron los de aquellos viajando en tercera clase y los de los miembros de la tripulación, como Juan.
El transatlántico “insumergible” se hundió para siempre en la negrura del océano y con él, 1513 de sus 2223 ocupantes. Entre las bajas, tres españoles.
Momento Chips
La mayor tragedia marítima de la historia fue la del transatlántico alemán Wilhelm Gustloff a finales de la Segunda Guerra Mundial. Lo alcanzó un torpedo ruso y murieron más de 9000 evacuados.